No existe plan preciso y modélico para llegar a ser el número uno de una institución. Pero cuando se analizan los factores críticos de éxito hay que pensar cuáles son las capacidades que deben tener aquellos que dirigen las organizaciones.
Habilidades versus competencias. En las primeras etapas de las carreras profesionales, las habilidades técnicas centradas en el “qué hacer” son fundamentales. De hecho, la mayoría de las universidades nos forman en eso. A medida que se crece en la pirámide organizacional y se tiene más gente a cargo, las competencias gerenciales e interpersonales, focalizadas en el “cómo se hace”, se tornan prioritarias. El problema es que nunca nos enseñaron a liderar, a negociar, ni a influir. Ahora bien, cuando ya se está en la cima de la estructura, y se han demostrado tanto las habilidades técnicas como las competencias gerenciales, emana una nueva necesidad: la destreza política, el arte y la capacidad de hacer que las cosas sucedan a través de los equipos manteniendo el equilibrio y la distancia óptima, asegurando los resultados y el cumplimiento de las metas establecidas, pero fundamentalmente inspirando una visión del futuro que impulse positivamente y humanamente a todos los integrantes. Es el “promover que otros hagan”.
Generalistas versus especialistas. Todos empezamos nuestras trayectorias en alguna especialidad: vendedores, analistas, asistentes, diseñadores, cadetes. Sabemos mucho de algo. A medida que vamos desarrollándonos tenemos dos opciones: o seguimos profundizando en aquello que ya sabemos y nos convertimos en superespecialistas o empezamos a aprender de otras cosas, nos vamos desespecializando y nos convertimos en generalistas (sabemos un poco de muchas cosas). Lo que elijamos estará relacionado con el amarre vocacional y oportunidades que se vayan presentando. Quienes llegan a dirigir las organizaciones, en algún momento tienen su clic y dejan su especialidad para aprender otras competencias.
Diferentes inteligencias. En general ingresamos en las organizaciones gracias a la denominada inteligencia tradicional o técnica. Sin embargo, diferentes estudios de los últimos 30 años ayudaron a entender que la tradicional es sólo una de las tantas inteligencias que existen: inteligencias múltiples (lingüística, musical, corporal, espacial, etc), inteligencia emocional (manejo apropiado de las propias emociones y de la de los demás), inteligencia social (entender, tratar y llevarse bien con quienes nos rodean), inteligencia práctica (sentido común y capacidad de resolver problemas), etc. Pero hay una inteligencia que es la más importante de todas: la inteligencia moral, hacer lo que está bien y lo que hay que hacer. Ya no basta solamente con hacer bien las cosas, hay que hacer el bien. No hay que olvidar que muchos número uno, con altos niveles de inteligencia tradicional, formados en las universidades más renombradas, pasan sus días tras las rejas por no haber puesto en funcionamiento la inteligencia moral y haber obrado inescrupulosamente.
hay una inteligencia que es la más importante de todas: la inteligencia moral, hacer lo que está bien y lo que hay que hacer
Fuente: Humanize Consulting.