La vida cotidiana nos enfrenta permanentemente a tomar decisiones donde entra en conflicto lo que preferimos hoy contra lo que es mejor a largo plazo. Un ejemplo es la alimentación: si bien mantener un peso saludable es importante, la satisfacción inmediata de una torta de chocolate es muy difícil de resistir.
Un experimento realizado por científicos de la Universidad de Stanford aporta un dato trascendente para entender por qué nos cuesta tanto. Utilizando un resonador magnético para analizar la actividad cerebral, los investigadores pidieron a sujetos que pensaran en sí mismos, luego que pensaran en otra persona y finalmente que pensaran en sí mismos en el futuro. El resultado fue sorprendente: el patrón neuronal en este tercer caso es más parecido al de pensar en otro que en nosotros. De algún modo, para nuestra mente nuestro yo futuro no somos nosotros sino otra persona, alguien a quien le tenemos aprecio, pero que no deja de ser alguien distinto.
Por eso, cada postergación, cada decisión de consumir menos hoy y ahorrar es en cierto modo un acto de altruismo. Y en esta lucha desigual, nuestro yo actual lleva todas las de ganar: está aquí presente, está a cargo. El yo futuro aún no llegó y no tiene hoy abogado que lo defienda.
Este fenómeno no sólo se aprecia en la dificultad de planificar a plazos muy largos. El sesgo a priorizar el presente es tan marcado que muchas personas tienen un consumo muy desparejo a lo largo del mes. En los primeros días gastan con más soltura mientras que los últimos 10 días, forzados por la escasez, actúan con mucha más mesura. Sin embargo, todos sabemos nuestro ingreso mensual y cuánto dura el mes. No hay razón para actuar distinto. Sin embargo, como los taxistas pueden bien atestiguar, el consumo desparejo es muy habitual.
El sesgo a priorizar el presente es tan marcado que muchas personas tienen un consumo muy desparejo a lo largo del mes
Resulta interesante observar que cuando la decisión sólo involucra el futuro tendemos a tomar decisiones correctas. Shlomo Benartzy, especialista en conducta financiera, llevó adelante un experimento esclarecedor. Ofreció a un grupo grande de personas la alternativa de elegir si una semana después querrían comer frutas o una barra de chocolate. En ese escenario, 74% eligió la alternativa saludable. Sin embargo, cuando a un grupo similar se le ofreció la disyuntiva inmediata, qué elegir para comer en ese momento, ¡70% eligió el chocolate! Es fácil hacer lo correcto cuando, después de todo, el que va a tener que sobrellevar la menor gratificación es el yo futuro. La dificultad de autocontrol no es un problema en las decisiones lejanas, sino en las presentes. Un dato curioso: ¡la opción elegida para la semana siguiente se vio afectada por el grado de hambre de la persona en el momento de decidir!
Resulta interesante observar que cuando la decisión sólo involucra el futuro tendemos a tomar decisiones correctas
La procrastinación, dejar el esfuerzo para mañana, es otra cara de la misma moneda. Estando a una semana del examen, son pocos los que tienen la disciplina de comenzar con anticipación la lectura o la ejercitación. Dejarlo para más adelante es, como dijimos, dejar que de algún modo sea otro quien lo haga. ¡Por eso es tan fácil decidir que el lunes empezamos la dieta cuando es martes!
El resultado de esta desconexión mental entre nosotros hoy y mañana genera efectos alarmantes: en una encuesta reciente sólo 3% de las personas consultadas cree tener un plan consistente para su retiro. En un mundo que cambia tan rápido, poder planificar a largo plazo es más importante que nunca. Por eso es imprescindible entender cómo funciona (¡y cómo nos traiciona!) en este aspecto nuestra mente.
Publicado en La Nación